Kafka
Parte
I
El aire pesado arruinaba el peinado de
Muriel mientras ella caminaba presurosa hacia su trabajo. El sonido de sus
tacones resonaba en su cabeza, pero no llegaba a escucharse más allá; el ruido
de la calle era demasiado. Sus cuarenta y siete años le pesaban en todo el
cuerpo, ya no era tan rápida y ágil como antes, cuando podía escurrirse
perfectamente entre las multitudes que, como ella, iban y venían sin cesar.
Todo esto era natural en una calle tan transitada, el ruido de los autos que
pasaban, de los que frenaban, el de los pasos ajenos, de los retazos de
conversaciones que se podían escuchar perfectamente todo el tiempo sin que
nadie las oyera, el sonido de miles de corazones latiendo juntos hacia
distintos destinos, sin prestar siquiera atención a que no eran los únicos
transeúntes.
De entre todas las voces que podía
escuchar, Muriel se descubrió oyendo un pedido de ayuda. Se detuvo en seco, no
sin recibir mucho más de un empujón, e intentó prestar más atención, localizar
la fuente del sonido. Hacia los lados sólo veía pasar hombros, rostros y
cabellos, por lo que alzó la vista hacia las innumerables ventanas de los
enormes edificios que empalizaban la calle. De una, casi sobre su cabeza, se
asomaban los delgados brazos de una anciana, se sacudían buscando captar la
atención de algún peatón. Muriel intentó hablar con la señora, pero ella
parecía no oírla. Sólo podía escuchar un interminable grito de “¡Ayuda, ayuda
por favor, no encuentro a la mujer!”.
Parte
II
Contra toda predicción, en lugar de seguir
caminando hacia su lugar de trabajo, Muriel buscó la puerta del edificio, y
entró. La puerta, que aparentaba ser de bronce pero era mucho más liviana, se
cerró detrás de ella sin hacer ruido. En contraste con el ruido de la calle,
dentro del edificio reinaba un silencio casi absoluto; lo único que se
escuchaba era el zumbido del ascensor, y el sonido de los tacos contra el piso.
Mientras caminaba, Muriel acomodaba su mullido pelo, y al hallarse frente a la
recepción preguntó:
-¿Sabe usted que hay una mujer asomada por su ventana, pidiendo ayuda a gritos?
-¿Sabe usted que hay una mujer asomada por su ventana, pidiendo ayuda a gritos?
El joven que allí trabajaba le contestó sin
apartar la mirada de la revista que estaba leyendo.
-No, señora, desde aquí no podría oírla. ¿En qué habitación se encuentra?
-No lo sé, yo solamente la vi desde la calle.
-¿Desde la calle? Entonces debe ser de la 401.
-¿Cómo sabe? Hay cientos de departamentos con ventanas que dan a la calle.
-Si, pero todos los que tienen esa vista, poseen su número terminado en uno.
-Le repito mi pregunta, ¿cómo sabe que es la 401? ¿Cuántos números conoce usted que terminan en uno?
-Muchos, señora.
-No, señora, desde aquí no podría oírla. ¿En qué habitación se encuentra?
-No lo sé, yo solamente la vi desde la calle.
-¿Desde la calle? Entonces debe ser de la 401.
-¿Cómo sabe? Hay cientos de departamentos con ventanas que dan a la calle.
-Si, pero todos los que tienen esa vista, poseen su número terminado en uno.
-Le repito mi pregunta, ¿cómo sabe que es la 401? ¿Cuántos números conoce usted que terminan en uno?
-Muchos, señora.
Parte
III
El muchacho demoraba mucho en contestar,
parecía que esperaba a terminar de leer cada página antes de empezar a hablar.
-¿Es esto una broma?- preguntó Muriel con indignación.
-No, señora, si fuera una broma, debería estar divirtiéndome, y no lo estoy.
-¡No me interesa! ¡Por favor, ayude a la pobre mujer que me pidió ayuda a gritos!
-Le pidió ayuda a usted, no a mí.
-¡Bien! La ayudaré yo, en ese entonces; ¡sólo dígame cómo encontrarla, joven!
-Señora, una vez más, fue usted quien la vio, no yo. No tengo forma de ayudarla.
Luego de pensar un momento (y de tragarse su furia e indignación), Muriel preguntó con voz pacífica:
-La mujer que vi estaba a unos treinta, tal vez cuarenta metros de altura. ¿Podría indicarme, por favor, qué pisos podrían ser esos?
-Deben ser entre el piso 65 y 73.
-¡Imposible! Si aquí estamos al nivel de la calle, ¿cómo sería posible que haya sesenta pisos desde aquí hasta cuarenta metros más arriba? ¿Mide un metro y medio cada piso?
-No, tiene razón, ha de haber sido en el piso 3.
-¡Joven! No me tome el pelo, por favor… ¿Cómo van a haber sólo tres pisos desde aquí hasta treinta metros más arriba?
-¿Es esto una broma?- preguntó Muriel con indignación.
-No, señora, si fuera una broma, debería estar divirtiéndome, y no lo estoy.
-¡No me interesa! ¡Por favor, ayude a la pobre mujer que me pidió ayuda a gritos!
-Le pidió ayuda a usted, no a mí.
-¡Bien! La ayudaré yo, en ese entonces; ¡sólo dígame cómo encontrarla, joven!
-Señora, una vez más, fue usted quien la vio, no yo. No tengo forma de ayudarla.
Luego de pensar un momento (y de tragarse su furia e indignación), Muriel preguntó con voz pacífica:
-La mujer que vi estaba a unos treinta, tal vez cuarenta metros de altura. ¿Podría indicarme, por favor, qué pisos podrían ser esos?
-Deben ser entre el piso 65 y 73.
-¡Imposible! Si aquí estamos al nivel de la calle, ¿cómo sería posible que haya sesenta pisos desde aquí hasta cuarenta metros más arriba? ¿Mide un metro y medio cada piso?
-No, tiene razón, ha de haber sido en el piso 3.
-¡Joven! No me tome el pelo, por favor… ¿Cómo van a haber sólo tres pisos desde aquí hasta treinta metros más arriba?
Esta vez, el empleado tardó más que nunca,
tal vez más que todas las otras veces juntas, pero finalmente contesto:
-Sinceramente, no lo sé, a mí nunca me preguntan nada.
-Sinceramente, no lo sé, a mí nunca me preguntan nada.
Parte
IV
Sin decir palabra, Muriel se dirigió hacia
los ascensores. Llamó a uno y lo esperó. Veía las luces encenderse y apagarse,
indicando el paso del elevador. En principio descendió hasta la mitad del
camino, pero luego comenzó a subir de nuevo. Muriel supuso que el botón no
habría funcionado correctamente, por lo que lo presionó nuevamente. Esta vez el
ascensor bajó hasta el piso inmediato superior al que ella se encontraba, y
empezó a subir otra vez. Bajó y subió incontables veces mientras ella insistía
llamarlo. Llegó al piso 76 cuando decidió probar suerte con las escaleras.
Habiendo
calculado algo más de dos metros desde el piso hasta el techo, la anciana debía
estar entre los pisos 12 y 20. Muriel comenzó a subir las escaleras de mármol,
mientras se admiraba con su forma. Los escalones describían una amplia letra U
que conectaba cada piso con los siguientes. La luz era poca, por lo que el
ascenso era algo dificultoso; pero al cabo de poco tiempo, los ojos de la mujer
pudieron acostumbrarse a la poca luminosidad. Lo que suponía que haría de la
subida algo más rápido, realmente no cambiaba nada: cada escalera parecía más y
más larga que la anterior; los escalones, más separados; la oscuridad, mayor.
Llegar al piso 11 supuso toda una odisea, y ya que no tenía ningún reloj a
mano, no existía forma para Muriel de saber hacía cuanto tiempo que estaba
subiendo, pero sentía como si la vida se le fuera en ello.
Parte
V
En un tramo de la escalada se había puesto
a pensar si realmente valía la pena esforzarse tanto por una anciana
desconocida; también pensaba que tal vez la dama ya había hallado a la
misteriosa mujer que gritaba no encontrar, o que tal vez ya había sido asistida
por alguien más. Si, seguramente eso habría pasado, alguien más ya la habría
ayudado. Pero, al darse vuelta para regresar, reflexionó un instante más, y
concluyó en que echarse atrás en ese punto sería desperdiciar todo el tiempo
invertido.
Cuando alcanzó el piso deseado, se dispuso
a buscar el departamento. El primer número que vio fue el 12001. Por su
experiencia en viajes y alojamiento, recordó (o más bien, intentó
auto-convencerse) que la numeración hotelera no era, necesariamente,
correlativa; era imposible que, en los pisos recorridos, haya habido doce mil
puertas. Sin embargo, la vista se le perdía en la lejana oscuridad antes de ver
el final del pasillo. Decidida a encontrar la habitación, comenzó a recorrerlo
manteniendo una simple premisa: no perder de vista la escalera. Caminó y caminó
por minutos, que bien podrían haberse transformado en horas, pero que se
sintieron como semanas, buscando escuchar los gritos de la anciana, una puerta
llamativa, o alguien a quién pedir una indicación. Ninguna de las tres cosas
encontró, y decidió revisar el siguiente piso.
Parte
VI
Desandar sus pasos también le tomó un buen
tiempo, tiempo que no había calculado tardar. Muriel se preguntaba si afuera
sería aún de día, o si habría empezado a llover. Subir le costaba ahora más que
nunca. Sentía el cuerpo débil, las articulaciones trabadas y los ojos pesados.
Sólo la curiosidad la movía.
“Espero que no haya sido una broma. No, no
puede ser. ¿Quién haría una broma de tan mal gusto? ¿Y por qué me la habrían
hecho a mí? O tal vez no era para mí, y caí en la broma de alguien más… De
todos modos, este edificio no parecía tan grande visto desde afuera. ¿Y qué
asunto hay con la gente que aquí vive? ¿Qué sucede que hay tanto silencio? Es
horario laboral, eso ha de ser. Seguro, si. No están, no hay nadie.” Y Muriel
prefirió dejar de pensar en ese instante. Nunca se había sentido segura estando
sola, y la idea de ser la única persona en esa inmensa residencia comenzaba a
aterrarla. Estaba en el piso 18 cuando sintió que no podía seguir subiendo.
“Revisaré este último piso, pero no me
detendré hasta encontrar quien me ayude. No importa la escalera, de seguro
alguien me podrá llamar el ascensor. Tal vez alguien me invite a comer, ¿quién
sabe? En una construcción tan grande siempre hay sitio para alguien tomando un
tentempié.”
Parte
VII
Arrastrando los pies al caminar, mirando
siempre en una misma dirección, sin detenerse ni voltearse, Muriel llegó a lo
que creyó que era el final del pasillo, sólo para descubrir que se curvaba en
vez de terminar.
“No recuerdo haber notado esto desde la
calle…” Pensó, antes de que su reflexión se viera abruptamente interrumpida por
un ruido.
“¿Qué fue ese ruido? Ese… ¡Ruido! ¡Un
portazo! Hay alguien cerca.” Y sin saber de dónde sacó las fuerzas, emprendió
una suerte de trote. Sus piernas, que supieron ser fuertes y ágiles (tanto como
para escurrirse perfectamente entre las multitudes que, como ella, iban y
venían sin cesar), ahora avanzaban casi lastimosamente. Si se hubiera visto, de
seguro habría sentido pena por sí misma: ¿cómo una mujer vigorosa como ella no
podía simplemente correr hasta la puerta que acababa de abrirse con un
estruendo? Esa puerta que ahora alcanzaba a ver. Tan cerca estaba que hasta
pudo leer el número.
“18611, era la 18611; ¡y el conserje me
dijo que de seguro sería la 401! Pobre ingenuo… Pobre muchacho, se lo veía tan
aburrido.” Sus pensamientos discurrieron en torno al joven que la había
recibido (bastante mal, por cierto) en su llegada al edificio, hasta que llegó
a la puerta. Muriel tomó el picaporte, sólo para asegurarse de que no pudiera
cerrarse frente a ella, y entró. Llamó a viva voz, pero nadie respondió, por lo
que se adentró aún más. Estaba revisando una habitación cuando una ráfaga de
viento cerró la puerta que daba al pasillo. El picaporte cayó al piso debido a
la fuerza del golpe, y la puerta no cedía a los empujones que Muriel le daba.
Habiendo revisado el departamento, no encontró más que numerosas cartas sin
abrir, dirigidas a una tal “Sra. M. Kafka”, quien por algún motivo le resultaba
familiar. No había ninguna persona, ni siquiera alguna foto como para saber si
quien vivía en ese lugar era la anciana que tanto había buscado. Sintiéndose
frustrada, acercó una silla a la ventana, y se dispuso a mirar desde allí. No
veía más que una gris nube de personas impersonales bajo una gris nube de
tormenta; pero de entre ellas, una mujer captó su atención. Llevaba el paso
decidido, el cabello abultado, y una actitud altanera al caminar. Sin duda el
tipo de persona que iría más allá de esa masa de individuos para ayudarla.
“¡Ayuda!” Gritó Muriel, asomando medio
cuerpo a través de la ventana. Sus delgados brazos intentaban captar la
atención de la mujer. Ella le devolvió la mirada, y se detuvo donde estaba.
Muriel le gritó una vez más:
“¡Ayuda, ayuda por favor, no encuentro a la
mujer!”.
Y se dedicó a esperarla.
-gracias por leer, che, me encantaría comenten qué les pareció, y cualquier crítica que tengan, adelante, las recibo a todas...-
Me gusta cuando las historias se conectan en un ciclo! aunque deberías quitar la división en partes, parecen cortes comerciales :C
ResponderEliminarEn principio, la entrega iba a ser periódica, por eso la división en partes. Además, la misma me da la posibilidad de trabajar cada parte por separado, y manipularlas como una sola cosa sin afectar (tanto) al resultado final.
EliminarEntonces no dije nada..salvo que me imaginé esto: http://images1.wikia.nocookie.net/__cb20110506070646/cartoonnetwork/images/8/84/Muriel2.jpg durante toda la historia jaja, ah! y por qué se llama Kafka? tiene que ver con algún cuento del escritor?
EliminarLos cuentos Kafkianos suelen tener algunas características que quise plasmarle al relato, sea esa burocracia infinita y esa imposibilidad de llevar a cabo lo que uno quiere (representada en parte por las escaleras y pasillos sin fin), o esa destrucción del ser humano (la degradación corporal que sufre la protagonista), entre varias otras cosas. El público juzgará si lo he conseguido, o no, y si el cuento merece ser visto como un guiño a Franz Kafka.
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