miércoles, 13 de marzo de 2013

Kafka

-lo siento, perdí por cansancio; acá les entrego Kafka completo porque, sinceramente, no sé cuándo pueda volver a subir algo... yo quise seguir, señores, y que conste en todos lados, pero la circunstancia me supera, mi falta de internet es incompatible con el blog; de todos modos no tomen esto como un adiós, aún tengo material para colgar, lo que falta es tiempo...-


Kafka
Parte I
El aire pesado arruinaba el peinado de Muriel mientras ella caminaba presurosa hacia su trabajo. El sonido de sus tacones resonaba en su cabeza, pero no llegaba a escucharse más allá; el ruido de la calle era demasiado. Sus cuarenta y siete años le pesaban en todo el cuerpo, ya no era tan rápida y ágil como antes, cuando podía escurrirse perfectamente entre las multitudes que, como ella, iban y venían sin cesar. Todo esto era natural en una calle tan transitada, el ruido de los autos que pasaban, de los que frenaban, el de los pasos ajenos, de los retazos de conversaciones que se podían escuchar perfectamente todo el tiempo sin que nadie las oyera, el sonido de miles de corazones latiendo juntos hacia distintos destinos, sin prestar siquiera atención a que no eran los únicos transeúntes.
De entre todas las voces que podía escuchar, Muriel se descubrió oyendo un pedido de ayuda. Se detuvo en seco, no sin recibir mucho más de un empujón, e intentó prestar más atención, localizar la fuente del sonido. Hacia los lados sólo veía pasar hombros, rostros y cabellos, por lo que alzó la vista hacia las innumerables ventanas de los enormes edificios que empalizaban la calle. De una, casi sobre su cabeza, se asomaban los delgados brazos de una anciana, se sacudían buscando captar la atención de algún peatón. Muriel intentó hablar con la señora, pero ella parecía no oírla. Sólo podía escuchar un interminable grito de “¡Ayuda, ayuda por favor, no encuentro a la mujer!”.
Parte II
Contra toda predicción, en lugar de seguir caminando hacia su lugar de trabajo, Muriel buscó la puerta del edificio, y entró. La puerta, que aparentaba ser de bronce pero era mucho más liviana, se cerró detrás de ella sin hacer ruido. En contraste con el ruido de la calle, dentro del edificio reinaba un silencio casi absoluto; lo único que se escuchaba era el zumbido del ascensor, y el sonido de los tacos contra el piso. Mientras caminaba, Muriel acomodaba su mullido pelo, y al hallarse frente a la recepción preguntó:
-¿Sabe usted que hay una mujer asomada por su ventana, pidiendo ayuda a gritos?
El joven que allí trabajaba le contestó sin apartar la mirada de la revista que estaba leyendo.
-No, señora, desde aquí no podría oírla. ¿En qué habitación se encuentra?
-No lo sé, yo solamente la vi desde la calle.
-¿Desde la calle? Entonces debe ser de la 401.
-¿Cómo sabe? Hay cientos de departamentos con ventanas que dan a la calle.
-Si, pero todos los que tienen esa vista, poseen su número terminado en uno.
-Le repito mi pregunta, ¿cómo sabe que es la 401? ¿Cuántos números conoce usted que terminan en uno?
-Muchos, señora.
Parte III
El muchacho demoraba mucho en contestar, parecía que esperaba a terminar de leer cada página antes de empezar a hablar.
-¿Es esto una broma?- preguntó Muriel con indignación.
-No, señora, si fuera una broma, debería estar divirtiéndome, y no lo estoy.
-¡No me interesa! ¡Por favor, ayude a la pobre mujer que me pidió ayuda a gritos!
-Le pidió ayuda a usted, no a mí.
-¡Bien! La ayudaré yo, en ese entonces; ¡sólo dígame cómo encontrarla, joven!
-Señora, una vez más, fue usted quien la vio, no yo. No tengo forma de ayudarla.

Luego de pensar un momento (y de tragarse su furia e indignación), Muriel preguntó con voz pacífica:
-La mujer que vi estaba a unos treinta, tal vez cuarenta metros de altura. ¿Podría indicarme, por favor, qué pisos podrían ser esos?
-Deben ser entre el piso 65 y 73.
-¡Imposible! Si aquí estamos al nivel de la calle, ¿cómo sería posible que haya sesenta pisos desde aquí hasta cuarenta metros más arriba? ¿Mide un metro y medio cada piso?
-No, tiene razón, ha de haber sido en el piso 3.
-¡Joven! No me tome el pelo, por favor… ¿Cómo van a haber sólo tres pisos desde aquí hasta treinta metros más arriba?
Esta vez, el empleado tardó más que nunca, tal vez más que todas las otras veces juntas, pero finalmente contesto:
-Sinceramente, no lo sé, a mí nunca me preguntan nada.
Parte IV
Sin decir palabra, Muriel se dirigió hacia los ascensores. Llamó a uno y lo esperó. Veía las luces encenderse y apagarse, indicando el paso del elevador. En principio descendió hasta la mitad del camino, pero luego comenzó a subir de nuevo. Muriel supuso que el botón no habría funcionado correctamente, por lo que lo presionó nuevamente. Esta vez el ascensor bajó hasta el piso inmediato superior al que ella se encontraba, y empezó a subir otra vez. Bajó y subió incontables veces mientras ella insistía llamarlo. Llegó al piso 76 cuando decidió probar suerte con las escaleras.
 Habiendo calculado algo más de dos metros desde el piso hasta el techo, la anciana debía estar entre los pisos 12 y 20. Muriel comenzó a subir las escaleras de mármol, mientras se admiraba con su forma. Los escalones describían una amplia letra U que conectaba cada piso con los siguientes. La luz era poca, por lo que el ascenso era algo dificultoso; pero al cabo de poco tiempo, los ojos de la mujer pudieron acostumbrarse a la poca luminosidad. Lo que suponía que haría de la subida algo más rápido, realmente no cambiaba nada: cada escalera parecía más y más larga que la anterior; los escalones, más separados; la oscuridad, mayor. Llegar al piso 11 supuso toda una odisea, y ya que no tenía ningún reloj a mano, no existía forma para Muriel de saber hacía cuanto tiempo que estaba subiendo, pero sentía como si la vida se le fuera en ello.
Parte V
En un tramo de la escalada se había puesto a pensar si realmente valía la pena esforzarse tanto por una anciana desconocida; también pensaba que tal vez la dama ya había hallado a la misteriosa mujer que gritaba no encontrar, o que tal vez ya había sido asistida por alguien más. Si, seguramente eso habría pasado, alguien más ya la habría ayudado. Pero, al darse vuelta para regresar, reflexionó un instante más, y concluyó en que echarse atrás en ese punto sería desperdiciar todo el tiempo invertido.
Cuando alcanzó el piso deseado, se dispuso a buscar el departamento. El primer número que vio fue el 12001. Por su experiencia en viajes y alojamiento, recordó (o más bien, intentó auto-convencerse) que la numeración hotelera no era, necesariamente, correlativa; era imposible que, en los pisos recorridos, haya habido doce mil puertas. Sin embargo, la vista se le perdía en la lejana oscuridad antes de ver el final del pasillo. Decidida a encontrar la habitación, comenzó a recorrerlo manteniendo una simple premisa: no perder de vista la escalera. Caminó y caminó por minutos, que bien podrían haberse transformado en horas, pero que se sintieron como semanas, buscando escuchar los gritos de la anciana, una puerta llamativa, o alguien a quién pedir una indicación. Ninguna de las tres cosas encontró, y decidió revisar el siguiente piso.
Parte VI
Desandar sus pasos también le tomó un buen tiempo, tiempo que no había calculado tardar. Muriel se preguntaba si afuera sería aún de día, o si habría empezado a llover. Subir le costaba ahora más que nunca. Sentía el cuerpo débil, las articulaciones trabadas y los ojos pesados. Sólo la curiosidad la movía.
“Espero que no haya sido una broma. No, no puede ser. ¿Quién haría una broma de tan mal gusto? ¿Y por qué me la habrían hecho a mí? O tal vez no era para mí, y caí en la broma de alguien más… De todos modos, este edificio no parecía tan grande visto desde afuera. ¿Y qué asunto hay con la gente que aquí vive? ¿Qué sucede que hay tanto silencio? Es horario laboral, eso ha de ser. Seguro, si. No están, no hay nadie.” Y Muriel prefirió dejar de pensar en ese instante. Nunca se había sentido segura estando sola, y la idea de ser la única persona en esa inmensa residencia comenzaba a aterrarla. Estaba en el piso 18 cuando sintió que no podía seguir subiendo.
“Revisaré este último piso, pero no me detendré hasta encontrar quien me ayude. No importa la escalera, de seguro alguien me podrá llamar el ascensor. Tal vez alguien me invite a comer, ¿quién sabe? En una construcción tan grande siempre hay sitio para alguien tomando un tentempié.”
Parte VII
Arrastrando los pies al caminar, mirando siempre en una misma dirección, sin detenerse ni voltearse, Muriel llegó a lo que creyó que era el final del pasillo, sólo para descubrir que se curvaba en vez de terminar.
“No recuerdo haber notado esto desde la calle…” Pensó, antes de que su reflexión se viera abruptamente interrumpida por un ruido.
“¿Qué fue ese ruido? Ese… ¡Ruido! ¡Un portazo! Hay alguien cerca.” Y sin saber de dónde sacó las fuerzas, emprendió una suerte de trote. Sus piernas, que supieron ser fuertes y ágiles (tanto como para escurrirse perfectamente entre las multitudes que, como ella, iban y venían sin cesar), ahora avanzaban casi lastimosamente. Si se hubiera visto, de seguro habría sentido pena por sí misma: ¿cómo una mujer vigorosa como ella no podía simplemente correr hasta la puerta que acababa de abrirse con un estruendo? Esa puerta que ahora alcanzaba a ver. Tan cerca estaba que hasta pudo leer el número.
“18611, era la 18611; ¡y el conserje me dijo que de seguro sería la 401! Pobre ingenuo… Pobre muchacho, se lo veía tan aburrido.” Sus pensamientos discurrieron en torno al joven que la había recibido (bastante mal, por cierto) en su llegada al edificio, hasta que llegó a la puerta. Muriel tomó el picaporte, sólo para asegurarse de que no pudiera cerrarse frente a ella, y entró. Llamó a viva voz, pero nadie respondió, por lo que se adentró aún más. Estaba revisando una habitación cuando una ráfaga de viento cerró la puerta que daba al pasillo. El picaporte cayó al piso debido a la fuerza del golpe, y la puerta no cedía a los empujones que Muriel le daba. Habiendo revisado el departamento, no encontró más que numerosas cartas sin abrir, dirigidas a una tal “Sra. M. Kafka”, quien por algún motivo le resultaba familiar. No había ninguna persona, ni siquiera alguna foto como para saber si quien vivía en ese lugar era la anciana que tanto había buscado. Sintiéndose frustrada, acercó una silla a la ventana, y se dispuso a mirar desde allí. No veía más que una gris nube de personas impersonales bajo una gris nube de tormenta; pero de entre ellas, una mujer captó su atención. Llevaba el paso decidido, el cabello abultado, y una actitud altanera al caminar. Sin duda el tipo de persona que iría más allá de esa masa de individuos para ayudarla.
“¡Ayuda!” Gritó Muriel, asomando medio cuerpo a través de la ventana. Sus delgados brazos intentaban captar la atención de la mujer. Ella le devolvió la mirada, y se detuvo donde estaba. Muriel le gritó una vez más:
“¡Ayuda, ayuda por favor, no encuentro a la mujer!”.
Y se dedicó a esperarla.

-gracias por leer, che, me encantaría comenten qué les pareció, y cualquier crítica que tengan, adelante, las recibo a todas...-

5 comentarios:

  1. Me gusta cuando las historias se conectan en un ciclo! aunque deberías quitar la división en partes, parecen cortes comerciales :C

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    1. En principio, la entrega iba a ser periódica, por eso la división en partes. Además, la misma me da la posibilidad de trabajar cada parte por separado, y manipularlas como una sola cosa sin afectar (tanto) al resultado final.

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    2. Entonces no dije nada..salvo que me imaginé esto: http://images1.wikia.nocookie.net/__cb20110506070646/cartoonnetwork/images/8/84/Muriel2.jpg durante toda la historia jaja, ah! y por qué se llama Kafka? tiene que ver con algún cuento del escritor?

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    3. Los cuentos Kafkianos suelen tener algunas características que quise plasmarle al relato, sea esa burocracia infinita y esa imposibilidad de llevar a cabo lo que uno quiere (representada en parte por las escaleras y pasillos sin fin), o esa destrucción del ser humano (la degradación corporal que sufre la protagonista), entre varias otras cosas. El público juzgará si lo he conseguido, o no, y si el cuento merece ser visto como un guiño a Franz Kafka.

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  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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