No me Toques (v1)
Volver en colectivo (o autobús, u ómnibus, o como prefieran
llamarle a este medio de transporte) a mi casa desde el domicilio de mi novia
era algo ya rutinario. Estaba acostumbrado a la casi una hora de viaje, más
esos tediosos minutos de espera; pero esta vez fue horrible, y todo por culpa
de un chico que viajó conmigo, y que nadie más pareció notar...
Paso a explicarles, no vaya a ser que me malinterpreten, y
crean que sólo me pareció desagradable por culpa de un niño molesto, para nada.
Este era un muchacho raro. Pero no de esa gente rara en el sentido de ser
originales, sino extraño para mal. Para que me comprendan, les cuento que viajó
todo el trayecto sentado al revés de como iba todo el mundo; y podrán pensar
que iba conversando con alguien, pero no lo hacía. Él subió solo, se sentó
allí, de esa particular manera, y no habló con nadie. Se dedicó a mirar. A
veces parecía que su vista se perdía en el espacio mientras reflexionaba
internamente, pero sólo de a ratos, ya que casi todo el tiempo me miraba fijo a
los ojos. Y, siendo sinceros, me incomodaba mucho.
Parecía ser algo menor que yo, supongo que tenía unos 13
años, era delgado (en exceso, a mi parecer), tenía un par de ojos muy pequeños,
los cuales entrecerraba al observarme de modo punzante, y labios grandes, que
se abrían en una mueca de insatisfacción y desgano. Vestía una remera gris,
casi tan neutra como su cara. Su cabello, o la casi falta del mismo, también
era llamativa. Quizás yo me impresioné de un pobre paciente de quimioterapia, o
tal vez mi mente lo exageró todo por el cansancio, o acaso era extraño en
verdad, no lo sé.
Intenté pensar en cualquier otra cosa, distraerme mirando
por la ventana, pero todo me hacía volver la vista hacia el joven sentado pocos
metros frente mío; ya sea un ruido proveniente de esa parte del vehículo, su
reflejo en el vidrio, o simplemente esa escalofriante sensación de estar siendo
vigilado. Y cuanto más nos mirábamos, más pesado se sentía el aire. Era
agobiante, al punto de hacerme sentir asfixiado. Abrí una de las ventanillas
para que corra algo de aire, pero no sirvió de nada; ya comenzaba a dolerme la
cabeza cuando decidí bajarme antes de tiempo, y caminar un poco más, todo con
tal de alejarme del muchacho de gris.
Como si conociera cada movimiento que fuera a realizar, él
permaneció sentado a su peculiar modo mientras yo me levantaba. No dejó de
mirarme (ni yo a él) mientras apretaba el botón anaranjado que le indicaría al
chofer que se detenga. Volteé en dirección de la calle, comencé mi descenso por
las cortas escaleras. Tenía un pie en la vereda cuando me giré, sólo para
descubrir que el chico estaba justo detrás de mí, bajando él también.
Caminé rápidamente en dirección a mi casa. Giré en la
primera esquina que vi, y me detuve a escuchar. No se oía ningún tipo de
sonido, ni pasos ni respiración, ni siquiera una voz lejana. Era como si el
mundo hubiese enmudecido. Miré por sobre el hombro, y ahí estaba parado, con su
gesto odioso en el rostro y la remera gris ondeando al viento. Eché a correr, atento
al ruido de pisadas detrás de mí, y me tranquilicé al no escuchar nada; pero al
girar de nuevo, vi como seguía estando justo atrás mío. Le di la espalda, ya no
quería verlo, y me horrorizaba su presencia. ¿Qué quería? ¿Por qué me seguía?
¿Cómo es que no hacía ningún tipo de ruido? En silencio, me quedé de pie en mi
lugar, esperando que él haga algo. Ya ni me esforzaba en intentar escuchar su
respiración, la cual no noté jamás, ni en huir. Sólo quería que actúe, para
bien o para mal.
Y pudieron haber pasado horas sin que haya ocurrido nada,
perdí cualquier noción sobre el paso del tiempo, pero algo me devolvió al
mundo. Algo que chocaba fríamente en mi nuca, y me estremecía toda la espalda.
Ni siquiera pasó un segundo, que ya lo sentía en todo el cuerpo. Lluvia. Una
tormenta torrencial se desató en instantes. Me pregunté si el joven seguía
allí, y volteé lentamente. Lo vi, y sentí una mezcla de consternación y
angustia: a su alrededor, el agua formaba pequeños charcos de color, mientras
él parecía diluirse como una pintura fresca a la cual le echan alcohol: y su
piel misma goteaba, al desprenderse, agua del exacto color de su palidez. Abrió
los labios, pero no dijo nada, y sus ojos se perdieron en la masa decolorada en
la cual se estaba reduciendo. Sus colores seguían invadiendo el agua, a la vez
que decrecía más y más lo que quedaba de su cuerpo. Finalmente, llegó a formar
todo un charco de sí mismo; y fue entonces cuando tomé coraje de agacharme y
tocarlo, aunque sólo fuera con la punta de un dedo.
Dolor. Dolor fue todo lo que sentí. Una punción helada y
certera en la punta del dedo, que se expandía rápidamente por todo mi ser, al
mismo tiempo que la sustancia, esa que alguna vez fue agua, recubría toda mi
piel. Se apoderó de mí un sufrimiento desgarrador, comparable con la
desesperación y el padecimiento de que te arranquen la piel. Y entonces todo lo
que veía tornó en un resplandor blanco, totalmente enceguecedor.
Cuando pude abrir los ojos, se sintió como despertar de un
infinito letargo. Descansaba apoyando el pecho contra el respaldo del asiento
de un autobús, sentado sobre una rodilla, y dejando colgar la otra pierna. Me
sentía débil y agotado. Miré mis manos, mis brazos, y no los reconocí; eran
casi tres veces más delgados de lo que habían sido siempre. Al alzar la vista
me vi a mí mismo, sentado al fondo del colectivo. Tuve que observarme un
tiempo, no salía del asombro, pero no cabía duda de que el muchacho sentado a
escasos metros de donde estaba, era yo mismo. Y hallándome sentado del modo en
el que lo hacía, me pasé la mano por la cabeza para comprobar algo. Ausencia de
cabello. Yo estaba cumpliendo el rol del chico cuya presencia me había
asfixiado. Fijé la vista en los ojos de aquel quien en realidad era yo,
pensando cómo explicar todo, pero antes de poder decir nada, él se bajó del
vehículo. La historia estaba comenzando a repetirse. Bajé tras de él para
advertirle: No me toques cuando me desvanezca en la lluvia…
No me Toques (v2)
Volver en colectivo (o autobús, u ómnibus, o como prefieran
llamarle a este medio de transporte) a mi casa desde el domicilio de mi novia
era algo ya rutinario. Estaba acostumbrado a la casi una hora de viaje, más
esos tediosos minutos de espera; pero esta vez fue horrible, y todo por culpa
de un chico que viajó conmigo, y que nadie más pareció notar...
Paso a explicarles, no vaya a ser que me malinterpreten, y
crean que sólo me pareció desagradable por culpa de un niño molesto, para nada.
Este era un muchacho raro. Pero no de esa gente rara en el sentido de ser
originales, sino extraño para mal. Para que me comprendan, les cuento que viajó
todo el trayecto sentado al revés de como iba todo el mundo; y podrán pensar
que iba conversando con alguien, pero no lo hacía. Él subió solo, se sentó
allí, de esa particular manera, y no habló con nadie. Se dedicó a mirar. A
veces parecía que su vista se perdía en el espacio mientras reflexionaba
internamente, pero sólo de a ratos, ya que casi todo el tiempo me miraba fijo a
los ojos. Y, siendo sinceros, me incomodaba mucho.
Parecía ser algo menor que yo, supongo que tenía unos 13
años, era delgado (en exceso, a mi parecer), tenía un par de ojos muy pequeños,
los cuales entrecerraba al observarme de modo punzante, y labios grandes, que
se abrían en una mueca de insatisfacción y desgano. Vestía una remera gris,
casi tan neutra como su cara. Su cabello, o la casi falta del mismo, también
era llamativa. Quizás yo me impresioné de un pobre paciente de quimioterapia, o
tal vez mi mente lo exageró todo por el cansancio, o acaso era extraño en
verdad, no lo sé.
Intenté pensar en cualquier otra cosa, distraerme mirando
por la ventana, pero todo me hacía volver la vista hacia el joven sentado pocos
metros frente mío; ya sea un ruido proveniente de esa parte del vehículo, su
reflejo en el vidrio, o simplemente esa escalofriante sensación de estar siendo
vigilado. Y cuanto más nos mirábamos, más pesado se sentía el aire. Era
agobiante, al punto de hacerme sentir asfixiado. Abrí una de las ventanillas
para que corra algo de aire, pero no sirvió de nada; ya comenzaba a dolerme la
cabeza cuando decidí bajarme antes de tiempo, y caminar un poco más, todo con
tal de alejarme del muchacho de gris.
Como si conociera cada movimiento que fuera a realizar, él
permaneció sentado a su peculiar modo mientras yo me levantaba. No dejó de
mirarme (ni yo a él) mientras apretaba el botón anaranjado que le indicaría al
chofer que se detenga. Volteé en dirección de la calle, comencé mi descenso por
las cortas escaleras. Tenía un pie en la vereda cuando me giré, sólo para
descubrir que el chico estaba justo detrás de mí, bajando él también.
Caminé rápidamente en dirección a mi casa. Giré en la
primera esquina que vi, y me detuve a escuchar. No se oía ningún tipo de
sonido, ni pasos ni respiración, ni siquiera una voz lejana. Era como si el
mundo hubiese enmudecido. Miré por sobre el hombro, y ahí estaba parado, con su
gesto odioso en el rostro y la remera gris ondeando al viento. Eché a correr, atento
al ruido de pisadas detrás de mí, y me tranquilicé al no escuchar nada; pero al
girar de nuevo, vi como seguía estando justo atrás mío. Le di la espalda, ya no
quería verlo, y me horrorizaba su presencia. ¿Qué quería? ¿Por qué me seguía?
¿Cómo es que no hacía ningún tipo de ruido? En silencio, me quedé de pie en mi
lugar, esperando que él haga algo. Ya ni me esforzaba en intentar escuchar su
respiración, la cual no noté jamás, ni en huir. Sólo quería que actúe, para
bien o para mal.
Y pudieron haber pasado horas sin que haya ocurrido nada,
perdí cualquier noción sobre el paso del tiempo, pero algo me devolvió al
mundo. Algo que chocaba fríamente en mi nuca, y me estremecía toda la espalda.
Ni siquiera pasó un segundo, que ya lo sentía en todo el cuerpo. Lluvia. Una
tormenta torrencial se desató en instantes. Me pregunté si el joven seguía
allí, y volteé lentamente. Lo vi, y sentí una mezcla de consternación y
angustia: a su alrededor, el agua formaba pequeños charcos de color, mientras
él parecía diluirse como una pintura fresca a la cual le echan alcohol: y su
piel misma goteaba, al desprenderse, agua del exacto color de su palidez. Abrió
los labios, pero no dijo nada, y sus ojos se perdieron en la masa decolorada en
la cual se estaba reduciendo. Sus colores seguían invadiendo el agua, a la vez
que decrecía más y más lo que quedaba de su cuerpo. Finalmente, llegó a formar
todo un charco de sí mismo; y yo sólo pude correr, espantado, el trecho
faltante hasta mi casa. Exhausto, acostarme fue lo primero que hice una vez que
trabé la puerta al entrar a mi vivienda. Tendido en la cama, no podía olvidar
la imagen del chico deshaciéndose frente a mí. Seguía preguntándome qué habría
querido, cuando caí dormido.
El día siguiente transcurrió normal, y los siguientes
también; ya estaba olvidando al muchacho cuando luego de unas semanas vi, en un
autobús que pasaba, como un joven extremadamente delgado, vestido de gris, y
casi pelado, viajaba sentado dado vuelta…
Wow... Es genial! Me encantó el final del primero, es como re 'NOOOOO!'.
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