sábado, 7 de abril de 2012

No me Toques.

-esta es una historia breve, sobre la cual escribí dos desenlaces; y como nunca decidí cuál me parecía menos cutre, las dejé como dos versiones levemente diferentes-

No me Toques (v1)

Volver en colectivo (o autobús, u ómnibus, o como prefieran llamarle a este medio de transporte) a mi casa desde el domicilio de mi novia era algo ya rutinario. Estaba acostumbrado a la casi una hora de viaje, más esos tediosos minutos de espera; pero esta vez fue horrible, y todo por culpa de un chico que viajó conmigo, y que nadie más pareció notar...
Paso a explicarles, no vaya a ser que me malinterpreten, y crean que sólo me pareció desagradable por culpa de un niño molesto, para nada. Este era un muchacho raro. Pero no de esa gente rara en el sentido de ser originales, sino extraño para mal. Para que me comprendan, les cuento que viajó todo el trayecto sentado al revés de como iba todo el mundo; y podrán pensar que iba conversando con alguien, pero no lo hacía. Él subió solo, se sentó allí, de esa particular manera, y no habló con nadie. Se dedicó a mirar. A veces parecía que su vista se perdía en el espacio mientras reflexionaba internamente, pero sólo de a ratos, ya que casi todo el tiempo me miraba fijo a los ojos. Y, siendo sinceros, me incomodaba mucho.
Parecía ser algo menor que yo, supongo que tenía unos 13 años, era delgado (en exceso, a mi parecer), tenía un par de ojos muy pequeños, los cuales entrecerraba al observarme de modo punzante, y labios grandes, que se abrían en una mueca de insatisfacción y desgano. Vestía una remera gris, casi tan neutra como su cara. Su cabello, o la casi falta del mismo, también era llamativa. Quizás yo me impresioné de un pobre paciente de quimioterapia, o tal vez mi mente lo exageró todo por el cansancio, o acaso era extraño en verdad, no lo sé.
Intenté pensar en cualquier otra cosa, distraerme mirando por la ventana, pero todo me hacía volver la vista hacia el joven sentado pocos metros frente mío; ya sea un ruido proveniente de esa parte del vehículo, su reflejo en el vidrio, o simplemente esa escalofriante sensación de estar siendo vigilado. Y cuanto más nos mirábamos, más pesado se sentía el aire. Era agobiante, al punto de hacerme sentir asfixiado. Abrí una de las ventanillas para que corra algo de aire, pero no sirvió de nada; ya comenzaba a dolerme la cabeza cuando decidí bajarme antes de tiempo, y caminar un poco más, todo con tal de alejarme del muchacho de gris.
Como si conociera cada movimiento que fuera a realizar, él permaneció sentado a su peculiar modo mientras yo me levantaba. No dejó de mirarme (ni yo a él) mientras apretaba el botón anaranjado que le indicaría al chofer que se detenga. Volteé en dirección de la calle, comencé mi descenso por las cortas escaleras. Tenía un pie en la vereda cuando me giré, sólo para descubrir que el chico estaba justo detrás de mí, bajando él también.
Caminé rápidamente en dirección a mi casa. Giré en la primera esquina que vi, y me detuve a escuchar. No se oía ningún tipo de sonido, ni pasos ni respiración, ni siquiera una voz lejana. Era como si el mundo hubiese enmudecido. Miré por sobre el hombro, y ahí estaba parado, con su gesto odioso en el rostro y la remera gris ondeando al viento. Eché a correr, atento al ruido de pisadas detrás de mí, y me tranquilicé al no escuchar nada; pero al girar de nuevo, vi como seguía estando justo atrás mío. Le di la espalda, ya no quería verlo, y me horrorizaba su presencia. ¿Qué quería? ¿Por qué me seguía? ¿Cómo es que no hacía ningún tipo de ruido? En silencio, me quedé de pie en mi lugar, esperando que él haga algo. Ya ni me esforzaba en intentar escuchar su respiración, la cual no noté jamás, ni en huir. Sólo quería que actúe, para bien o para mal.
Y pudieron haber pasado horas sin que haya ocurrido nada, perdí cualquier noción sobre el paso del tiempo, pero algo me devolvió al mundo. Algo que chocaba fríamente en mi nuca, y me estremecía toda la espalda. Ni siquiera pasó un segundo, que ya lo sentía en todo el cuerpo. Lluvia. Una tormenta torrencial se desató en instantes. Me pregunté si el joven seguía allí, y volteé lentamente. Lo vi, y sentí una mezcla de consternación y angustia: a su alrededor, el agua formaba pequeños charcos de color, mientras él parecía diluirse como una pintura fresca a la cual le echan alcohol: y su piel misma goteaba, al desprenderse, agua del exacto color de su palidez. Abrió los labios, pero no dijo nada, y sus ojos se perdieron en la masa decolorada en la cual se estaba reduciendo. Sus colores seguían invadiendo el agua, a la vez que decrecía más y más lo que quedaba de su cuerpo. Finalmente, llegó a formar todo un charco de sí mismo; y fue entonces cuando tomé coraje de agacharme y tocarlo, aunque sólo fuera con la punta de un dedo.
Dolor. Dolor fue todo lo que sentí. Una punción helada y certera en la punta del dedo, que se expandía rápidamente por todo mi ser, al mismo tiempo que la sustancia, esa que alguna vez fue agua, recubría toda mi piel. Se apoderó de mí un sufrimiento desgarrador, comparable con la desesperación y el padecimiento de que te arranquen la piel. Y entonces todo lo que veía tornó en un resplandor blanco, totalmente enceguecedor.
Cuando pude abrir los ojos, se sintió como despertar de un infinito letargo. Descansaba apoyando el pecho contra el respaldo del asiento de un autobús, sentado sobre una rodilla, y dejando colgar la otra pierna. Me sentía débil y agotado. Miré mis manos, mis brazos, y no los reconocí; eran casi tres veces más delgados de lo que habían sido siempre. Al alzar la vista me vi a mí mismo, sentado al fondo del colectivo. Tuve que observarme un tiempo, no salía del asombro, pero no cabía duda de que el muchacho sentado a escasos metros de donde estaba, era yo mismo. Y hallándome sentado del modo en el que lo hacía, me pasé la mano por la cabeza para comprobar algo. Ausencia de cabello. Yo estaba cumpliendo el rol del chico cuya presencia me había asfixiado. Fijé la vista en los ojos de aquel quien en realidad era yo, pensando cómo explicar todo, pero antes de poder decir nada, él se bajó del vehículo. La historia estaba comenzando a repetirse. Bajé tras de él para advertirle: No me toques cuando me desvanezca en la lluvia…

No me Toques (v2)

Volver en colectivo (o autobús, u ómnibus, o como prefieran llamarle a este medio de transporte) a mi casa desde el domicilio de mi novia era algo ya rutinario. Estaba acostumbrado a la casi una hora de viaje, más esos tediosos minutos de espera; pero esta vez fue horrible, y todo por culpa de un chico que viajó conmigo, y que nadie más pareció notar...
Paso a explicarles, no vaya a ser que me malinterpreten, y crean que sólo me pareció desagradable por culpa de un niño molesto, para nada. Este era un muchacho raro. Pero no de esa gente rara en el sentido de ser originales, sino extraño para mal. Para que me comprendan, les cuento que viajó todo el trayecto sentado al revés de como iba todo el mundo; y podrán pensar que iba conversando con alguien, pero no lo hacía. Él subió solo, se sentó allí, de esa particular manera, y no habló con nadie. Se dedicó a mirar. A veces parecía que su vista se perdía en el espacio mientras reflexionaba internamente, pero sólo de a ratos, ya que casi todo el tiempo me miraba fijo a los ojos. Y, siendo sinceros, me incomodaba mucho.
Parecía ser algo menor que yo, supongo que tenía unos 13 años, era delgado (en exceso, a mi parecer), tenía un par de ojos muy pequeños, los cuales entrecerraba al observarme de modo punzante, y labios grandes, que se abrían en una mueca de insatisfacción y desgano. Vestía una remera gris, casi tan neutra como su cara. Su cabello, o la casi falta del mismo, también era llamativa. Quizás yo me impresioné de un pobre paciente de quimioterapia, o tal vez mi mente lo exageró todo por el cansancio, o acaso era extraño en verdad, no lo sé.
Intenté pensar en cualquier otra cosa, distraerme mirando por la ventana, pero todo me hacía volver la vista hacia el joven sentado pocos metros frente mío; ya sea un ruido proveniente de esa parte del vehículo, su reflejo en el vidrio, o simplemente esa escalofriante sensación de estar siendo vigilado. Y cuanto más nos mirábamos, más pesado se sentía el aire. Era agobiante, al punto de hacerme sentir asfixiado. Abrí una de las ventanillas para que corra algo de aire, pero no sirvió de nada; ya comenzaba a dolerme la cabeza cuando decidí bajarme antes de tiempo, y caminar un poco más, todo con tal de alejarme del muchacho de gris.
Como si conociera cada movimiento que fuera a realizar, él permaneció sentado a su peculiar modo mientras yo me levantaba. No dejó de mirarme (ni yo a él) mientras apretaba el botón anaranjado que le indicaría al chofer que se detenga. Volteé en dirección de la calle, comencé mi descenso por las cortas escaleras. Tenía un pie en la vereda cuando me giré, sólo para descubrir que el chico estaba justo detrás de mí, bajando él también.
Caminé rápidamente en dirección a mi casa. Giré en la primera esquina que vi, y me detuve a escuchar. No se oía ningún tipo de sonido, ni pasos ni respiración, ni siquiera una voz lejana. Era como si el mundo hubiese enmudecido. Miré por sobre el hombro, y ahí estaba parado, con su gesto odioso en el rostro y la remera gris ondeando al viento. Eché a correr, atento al ruido de pisadas detrás de mí, y me tranquilicé al no escuchar nada; pero al girar de nuevo, vi como seguía estando justo atrás mío. Le di la espalda, ya no quería verlo, y me horrorizaba su presencia. ¿Qué quería? ¿Por qué me seguía? ¿Cómo es que no hacía ningún tipo de ruido? En silencio, me quedé de pie en mi lugar, esperando que él haga algo. Ya ni me esforzaba en intentar escuchar su respiración, la cual no noté jamás, ni en huir. Sólo quería que actúe, para bien o para mal.
Y pudieron haber pasado horas sin que haya ocurrido nada, perdí cualquier noción sobre el paso del tiempo, pero algo me devolvió al mundo. Algo que chocaba fríamente en mi nuca, y me estremecía toda la espalda. Ni siquiera pasó un segundo, que ya lo sentía en todo el cuerpo. Lluvia. Una tormenta torrencial se desató en instantes. Me pregunté si el joven seguía allí, y volteé lentamente. Lo vi, y sentí una mezcla de consternación y angustia: a su alrededor, el agua formaba pequeños charcos de color, mientras él parecía diluirse como una pintura fresca a la cual le echan alcohol: y su piel misma goteaba, al desprenderse, agua del exacto color de su palidez. Abrió los labios, pero no dijo nada, y sus ojos se perdieron en la masa decolorada en la cual se estaba reduciendo. Sus colores seguían invadiendo el agua, a la vez que decrecía más y más lo que quedaba de su cuerpo. Finalmente, llegó a formar todo un charco de sí mismo; y yo sólo pude correr, espantado, el trecho faltante hasta mi casa. Exhausto, acostarme fue lo primero que hice una vez que trabé la puerta al entrar a mi vivienda. Tendido en la cama, no podía olvidar la imagen del chico deshaciéndose frente a mí. Seguía preguntándome qué habría querido, cuando caí dormido.
El día siguiente transcurrió normal, y los siguientes también; ya estaba olvidando al muchacho cuando luego de unas semanas vi, en un autobús que pasaba, como un joven extremadamente delgado, vestido de gris, y casi pelado, viajaba sentado dado vuelta…

1 comentario:

  1. Wow... Es genial! Me encantó el final del primero, es como re 'NOOOOO!'.

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